Funerales y exequias

Jesucristo murió por nosotros, con lo cual podremos hablar de Jesús como difunto, algo que de primeras nos hace sentir como un sobresalto. Y, sin embargo, nada más obvio y natural, nada más verdadero y realista. ¿Qué es un difunto sino alguien que ha muerto? Pero no creemos que Jesús está muerto, sino que, resucitado, está vivo en la plenitud de la vida eterna. Por eso, de entrada, nos resistimos espontáneamente a llamarle difunto. Pero si somos cristianos, ¿no es exactamente eso mismo lo que creemos y esperamos de nuestros difuntos?

En Jesús se nos reveló que un difunto no es alguien que ha terminado definitivamente su función en la existencia (del latín, de-functus: el que ha desempeñado su función), que finalizó sin más (pensamos en la palabra finado). Murió a una dimensión de la vida, pero ha entrado en la vida definitiva, en la vida plena e infinitamente profunda. Así, Jesús aparece claramente como nuestro modelo y pionero: como «el primogénito de los muertos (Ap 1,5), texto que enlaza en la tradición paulina, la más central y reflexiva de la Biblia en este punto: Cristo resucitó de los muertos, primicia de los que duermen (1Cor 15,20).

La Eucaristía, sacramento del amor, nos convierte en contemporáneos del sacrificio de Cristo al Padre, a fin de que nos podamos asociar a este gesto de ofrenda y participar en la obra de nuestra salvación y de la salvación del mundo. Celebrar la Misa exequial o una Misa funeral o aplicar la Misa por un difunto es vivir en Cristo Resucitado un encuentro misterioso aunque real con aquel o aquella que ya ha entrado en la vida. La comunión de los Santos establecida en Cristo hace vivir en comunión a los vivientes en la tierra y los vivientes en el cielo. Unidos a Cristo en la celebración de la Eucaristía estamos en comunión con nuestros difuntos. Rogamos a Cristo por ellos, ellos ruegan a Cristo por nosotros. En esta comunión así establecida, les podemos hablar de lo que nos hace llorar, sufrir, confiar y esperar.

Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal que encontramos en textos que están a lo largo de la Biblia y de actitudes y enseñanzas del mismo Cristo en los evangelios. Cristo no tenía lugar sobre el que reposar. Un amigo, José de Arimatea, le cedió su tumba. Pero no sólo eso, sino que tuvo valor para presentarse ante Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. También participó Nicodemo, quien ayudó a sepultarlo. (Jn. 19, 38-42)

¿Por qué es importante dar digna sepultura al cuerpo humano, tanto si somos incinerados como si no? Porque el cuerpo humano ha sido alojamiento del Espíritu Santo. Somos «templos del Espíritu Santo» (1 Cor 6, 19).

En nuestra parroquia celebramos tanto la Misa exequial ante las cenizas, como un funeral, o aplicamos las intenciones por los difuntos en la Santa Misa, siempre que se solicite con la antelación posible. Puedes hacerlo en el despacho parroquial o en la sacristía.